Borges y Bioy

Uno de los libros más entretenidos y que con más placer leo últimamente, por sus citas, conversaciones, descripciones y reflexiones, es el compendio de los diarios de Bioy Casares en los que habla de su relación con Borges.
Me alegro mucho de haberlo comprado porque lamentablemente Argentina tiene un poco de desdén hacia Bioy y no suele reeditar gran parte de su obra.
Por suerte también compré ni bien salió sus obras completas, en 5 volúmenes que no se han reeditado, para vergüenza de las editoriales que se empeñan en vender autores ilegibles como Coelho.
También tengo muchos libros de miscelánea, reportajes, y ediciones sueltas de sus obras ya leídas muchas veces.
Uno tiene suerte si encuentra en las estanterías “La invención de Morel” o “Diario de la guerra del cerdo”, pero sus cuentos están prácticamente agotados, igual que su maravillosa “Dormir al sol”.
Deben ser cuestiones políticas de esta deplorable era “K”, en la que se es muy fácil ser políticamente incorrecto sólo por haber nacido en una familia acomodada y, para peor, dueña de muchos campos.

Estos diarios, editados por Destino, están reunidos en un tomo muy gordo, de casi 1700 páginas, de las cuales absolutamente cada una tiene algo con lo que maravillarse.
Es sabido lo minucioso que era Bioy al escribir sus diarios, ejercicio que se autoimponía a diario.
Algunos diálgos de los transcriptos son brillantes, con un sentido del humor refinadísimo y sutil, lleno de las ironías que al leerse en la obra tanto de Bioy como de Borges uno podría considerar estudiada, pero que era evidentemente natural y espontánea.
Otros (la mayoría) muestran que la literatura era el tema casi excluyente de estos dos genios.
No me sorprende. Yo tiendo a hablar sólo de música cuando me encuentro con músicos.

Este párrafo es una muestra

Borges: “Estrella Gutiérrez me dijo que un verso de Darío siempre se imprime con la misma errata. La coma después de árbol en:

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo.

No creo que sea una errata. Sin coma, sería un árbol particular, el que es apenas sensitivo; Darío se refiere a todos los árboles. Para no hacer hincapié en su estupidez, sugerí que peor era la errata de la línea siguiente:

Y más la piedra pómez, que esa ya no siente.

Me miró sin comprender.”

Me maravillo tan sólo de imaginar lo que deben haber sido tantas horas de charla entre los dos.

Eran también muy despiadados con algunos colegas a los que consideraban mediocres o malos:

“La fama de Conan Doyle no es la misma que la de Wordsworth, ni la de Beatriz Guido que la de Groussac. Schiavo no tiene ninguna de las dos.”

o

“Yates le comunicó [a Borges]: ‘¿Sabe quién está en Buenos Aires? ¡Anderson Imbert!’. Borges le respondió: ‘Como en Buenos Aires hay varios millones de personas, nos queda la esperanza de no encontrarlo'”

Cuando alguien le preguntó a Borges cómo se llevaba con fulano de tal, que era bastante sordo, dijo:

Cada vez mejor; yo no lo veo y él no me oye.

o también

Borges: “Victoria [Ocampo] me trajo una vez un poema de no sé quién para Sur y me preguntó: “¿Qué tal es?”. Yo le dije: “Y a usted, ¿qué le parece?”. “Yo no entiendo mucho de poemas en español”, me contestó”.
Bioy: “Tampoco en otros idiomas”.
Borges: “Es claro, debí decirle: “¿Por qué esa modestia? ¿Por qué esa limitación?”. Su incomprensión es enciclopédica.”

de Romualdo Brughetti dice:

“Un colmo de insignificancia, con el inconveniente de su realidad”

Fué sin duda una amistad muy íntima y única desde lo literario. Al menos yo no conozco una relación así entre dos grandes de la literatura.
Mozart y Haydn fueron amigos, Bach y Telemann también, pero nunca hasta el punto de Borges y Bioy.

Las últimas anotaciones son muy tristes:

Lunes 12 de Mayo de 1986: Hoy hablé con Borges, que está en Ginebra […] y le pregunté cómo estaba. “Regular, nomás”, respondió. “Estoy deseando verte”, le dije. Con una voz extraña, me contestó: “No voy a volver nunca más”. La comunicación se cortó. Silvina me dijo: “Estaba llorando”. Creo que sí. Creo que llamó para despedirse.

Sábado, 14 de Junio de 1986: Después de almorzar en la Biela, con Francis Korn, decidí ir hasta el quiosco de Ayacucho y Alvear, para ver si tenía Un experimento con el tiempo: quería un ejemplar de reserva. Un individuo joven, con cara de pájaro, que después supe que era el autor de un estudio sobre las Eddas que me mandaron hace meses, me saludó y me dijo, como excusándose: “Hoy es un día muy especial”. Cuando por segunda vez dijo esa frase le pregunté: “¿Por qué?”. “Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra”, fueron sus exactas palabras. Seguí mi camino.
Pasé por el quiosco. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente yo no había perdido la costumbre de pensar: “Tengo que contarle esto. Esto le va a gustar. Esto le va a parecer una estupidez”. Pensé: “Nuestra vida transcurre por corredores entre biombos. Estamos cerca unos de otros, pero incomunicados”. Cuando Borges me dijo por teléfono desde Ginebra que no iba a volver y se le quebró la voz y cortó, ¿cómo no entendí que estaba pensando en su muerte? Nunca la creemos tan cercana. La verdad es que actuamos como si fuéramos inmortales. Quizá no pueda uno vivir de otra manera.

Yo recuerdo el día de la muerte de Borges. Estaba en clase en la escuela y me lo dijo mi profesora de historia, casi al pasar.
También me acuerdo de la muerte de Bioy, en 1999. Yo ya vivía en Amsterdam y lloré bastante cuando leí la noticia.
Lloré también porque supe que mi sueño de conocerlo en persona y hablar con él no sería ya posible.

La última anotación de Bioy sobre Borges dice:

1989: Hacia el final, Bernès le leyó Ulrica. Borges comentó: “Soy un escritor”. Según Bernès murió diciendo el Padre Nuestro. Lo dijo en anglosajón, en inglés antiguo, en inglés, en francés y en español.
Bernès grabó a Borges cantando La morocha y otros tangos. Dice que en esa grabación Borges ríe con la risa de siempre.

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