Vegetarianos

Acá en Holanda, donde el culto a la carne no tiene la importancia que tiene en Argentina, conocí a bastantes vegetarianos.
Dudé un momento qué palabra usar en la frase anterior: pensé en “muchos”, en “algunos”, en “varios”… elegí “bastantes” porque con los que conozco basta.
¡Basta de vegetarianos!
Conozco algunos que incluso JAMÁS probaron bocado de carne de ningún tipo.
¿Cómo es posible?
Llego a la conclusión que ser vegetariano es un acto de fe, como ser cristiano, musulmán u honesto (ser honesto es también un acto de fe, porque el ser humano no es por naturaleza honesto).
Me dan bastante bronquita esos vegetarianos que no comen carne por algún extraño principio, pero se empeñan en reemplazarla con productos que imitan la carne.
Simplemente no lo entiendo.
Incluso huelen un asado y dicen “mmm… qué bien que huele eso…”
Ayer tuve a una vegetariana a comer en casa. Está muy blanca, muy. Temo por su vida.
Ni siquiera quiso probar una ensaladita de arroz porque tenía unos minúsculos pedacitos de atún.
Cuando le pregunto el por qué de su neo-religión me dijo cosas absurdas por ejemplo sobre las vacas encerradas a las que alimentan sin dejar caminar para luego asesinar salvajemente.
Yo por un lado me alegro: menos demanda de carne significa más y más barato para nosotros, los carnívoros compulsivos, pero no puedo evitar de algún modo la misma sensación que me producen los que se empeñan en anunciar la divinidad de la virgen, o similar.
Son unos fanáticos, y como buenos fanáticos se cierran a lo maravilloso de la variedad.
Hoy, para celebrar mi carnivorismo a ultranza, voy a hacer un asadito en el jardín con maravillosa carne argentina.
Me voy a comer mi entrecot y otro más como símbolo de lo que dejan los vegetarianos.
Voy a poner en la parrilla también unas hamburguesas de arroz prensado con gusto artificial a carne.
Cada uno elegirá.