Saltando

Si yo ahora me pusiera a dar saltitos de alegría en los que imitara la alegría que no siento, y de golpe esos saltitos me elevaran cada vez más alto hasta salir por la ventana, seguramente en mi rebote iría ganando distancia de la tierra y así cada vez más y más llegaría cerca del cielo, donde está DIOS, o su representación en este cielo cotidiano, porque supongo que el cielo verdadero no se alcanza con saltitos de alegría fingida sino con saltos heroicos de infinita beatitud y contento, que yo no puedo dar porque lo que siento no alcanza para darle fuerza a mis piernas que por más que se tensen y empujen poco pueden hacer para sacarme más que unos cuantos miles de metros por arriba del común de los mortales, de los que me excluyo, porque ya dije una y mil veces que yo mortal no soy porque hasta ahora no me morí y nada me da la pauta de que algún día me vaya a morir, y eso que sí que sufro dolores de cabeza y males menores, pero eso no quiere de ninguna manera decir que la muerte aceche detrás de esas pequeñas miserias que son como dibujos vagos de mortalidad en mi ser hasta ahora infinitamente inmortal, y ojo que digo inmortal no desde una posición arrogante sino simplemente práctica y racional, porque hasta que no me prueben lo contrario a mí nadie me mete en la cabeza que yo me voy a morir, por más que a veces es lo que más quisiera en el mundo, salvo que ahora no lo quiero porque mis saltos son de alegría, y uno no puede querer probar la verdad de sus teorías inmortalistas en momentos de alegría-provocadora-de-saltitos-de-más-de-mil-metros-de-altura porque esos momentos son contados con los dedos de una mano, si es que uno tuviera manos o dedos para contarlos porque cuando uno salta las manos quedan a trasmano y los dedos por detrás, haciendo imposible toda cuenta y raciocinio y nada importa nada porque el vértigo que provocan mil metros de altura te impiden contar dedos y manos y Dios y sólo importa estar saltando y la alegría, que es en realidad el motivo para creer en el salto, que es la causa de creer en Dios, que es la consecuencia de estar tan alegre, que es la imaginación más retorcida y malsana en esos momentos de infinita tristeza como este.